¿Ser o no Ser? La vuelta al FMI
Más allá de que la estrategia de negociación por el “retorno a los mercados” derivó finalmente en un posible acuerdo con los bonistas que habían quedado fuera del canje de deuda del año 2005, los últimos meses mostraron un movimiento de acercamiento de la Argentina hacia el Fondo Monetario Internacional (FMI), luego que a fines de 2005 se decidiera cancelar, al contado y en efectivo, alrededor de 9.500 millones de dólares de deuda que se mantenía con ese organismo. A pesar de que existen fundadas razones para que en Argentina, las empresas y el Gobierno puedan volver a los mercados de capitales para poder acceder a tasas más bajas que las que actualmente se están pagando, existen límites claros y precisos que debería respetar
este acercamiento.
La historia reciente de la relación de la Argentina con el FMI no debe estar presente en la mente de los
funcionarios y negociadores nacionales.
Esta historia bilateral no ha sido sencilla. En especial, la de las últimas dos décadas, cuando se expandió, más rápido que críticamente, el llamado “Consenso de Washington”. Éste fue un decálogo de medidas prácticas que se aplicó confundamentalismo en América Latina, bajo un áura de teoría económica, cuando en realidad carecían de demostración científica rigurosa que las avalara. Si bien, este grupo de lineamientos que promovían la liberalización comercial, la desregulación económica, la internalización de la economía y la privatización de las empresas y servicios públicos, se aplicó con el beneplácito de los grupos económicos más poderosos decada país y del exterior, que obtuvieron grandes beneficios económicos y transferencias desde el Estado, los principales promotores ideológicos de esas ideas fueron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Más allá de la imagen que el país tuvo de sí mismo en ese momento, el proceso que inició la
Argentina con la Ley de Convertibilidad no fue original, sino uno más de los que se aplicaron en casi todos
los países de la región. El mismo se amoldaba perfectamente a los lineamientos que planteaba ese conjunto de ideas económicas, que se fueron adaptando a la particularidad y especificidad local en cada territorio, con los mismos objetivos.
La Ley de convertibilidad y las políticas aplicadas por el Sr. Domingo Cavallo fueron una de las más osadas
expresiones de dicha línea de pensamiento y fueron consideradas ejemplares ante el mundo por parte del
FMI, casi hasta el momento mismo de su explosión final. En este sentido, al FMI le cupo una gran responsabilidad en la situación que llevó a la Argentina a su terrible crisis económica y social, ya que fue promotor de dicho modelo, careció de capacidad para advertir que el sistema avanzaba hacia el colapso y
no tuvo la flexibilidad necesaria para evaluar un plan alternativo que lo evitara.
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En especial, es necesario señalar que más allá de los problemas técnicos que contenía, ya que la mayor parte de sus predicciones no se cumplieron, adoleció de una falla ética, ya que promovió políticas económicas especialmente dirigidas, contradiciendo sus estatutos formales que no le daban injerencia en ese terreno.
El mismo es soberano de cada país, y el organismo sólo debe velar por el reaseguro de su capacidad de pago, sin impartir recomendaciones de política. Pero no acabó el problema ahí.
Luego de haber sido considerablemente responsable de la crisis, cuando ésta llegó, trató de apartarse y despegarse de la misma. Es necesario hacer memoria para recordar los argumentos esgrimidos por su entonces Subdirectora Regional, Anne Krueger, que en aquellos momentos deslizó la idea de “riesgo moral” que podría cometerse si se apoyaba a la Argentina, dando a entender que debía mostrarse al resto de los países del mundo que éstos eran responsables de sus políticas, por lo que el Fondo no debía acudir a rescatarlos: “…el incumplimiento de los pagos siempre es doloroso, tanto para los deudores como para los acreedores. Y así debe ser. Los países, como las empresas y los particulares, deben pagar sus deudas y sufrir cuando no lo hacen…”. Quedaba latente la posibilidad de que un país pudiera quebrar.
Manteniendo la línea de conducta (a partir de la crisis), el apoyo del organismo estuvo ausente cuando más
se lo necesitó, mientras se intentaban diferentes políticas para estabilizar la economía.
Como bien describe el economista Roberto Frenkel en su trabajo El nuevo rumbo de la política económica y laboral en Argentina y su impacto “el país enfrentó las dificultades en absoluto aislamiento, teniendo que lidiar no sólo con las serias circunstancias internas, sino también en conflicto permanente con el FMI, de manera de preservar espacios de maniobra para sus decisiones de política. Ni siquiera el éxito de las políticas aplicadas derivó en una actitud más colaboradora por parte de las autoridades del Fondo”. Entre otras cosas, el Fondo presionó al Gobierno del Sr. Eduardo Duhalde con el argumento de que no se encararía ninguna negociación
mientras se sostuviera una política de tipo de cambio diferencial y controles cambiarios, como decreta la ortodoxia económica.
A pesar de que el equipo de expertos del organismo había pronosticado que se desembocaría en una nueva hiperinflación y que continuaría la contracción económica, y que, rompiendo los códigos más elementales, lo expresara abiertamente ante la opinión pública, tres meses después de la devaluación, la economía argentina empezó a crecer.
Como bien sostiene Frenkel, el equipo del Fondo “no perdió ocasión de hacer público su descreimiento con respecto a la sostenibilidad de la estabilización y la recuperación de los niveles de actividad y empleo”. A pesar de sus previsiones, al año siguiente Argentina tuvo la mayor tasa de crecimiento del mundo, y continuó creciendo muy fuertemente hasta el tercer trimestre del 2008, completando el período de mayor crecimiento de la historia nacional.
A mediados de 2003, la directora gerente del organismo manifestó a través de los medios de comunicación
que estaba “sorprendida” por la recuperación argentina y el control de la inflación.
Ese año, se firmó un compromiso de acuerdo, para ese y los años venideros. En este acuerdo el FMI puso especial énfasis en el mantenimiento restringido de la política monetaria, pero también en el mantenimiento de fuertes superávits fiscales, en la redefinición de los contratos de concesión de los servicios públicos, en la necesidad de definir nuevas regulaciones para las tarifas públicas, en medidas para fortalecer el mercado financiero y en la sanción de una norma para el reparto fiscal de los fondos.
Argentina cumplió las metas cuantitativas, pero no las referidas a las tarifas y los contratos públicos. Como hubo muchas dificultades para ponerse de acuerdo en esos temas, Argentina decidió dejar el proceso de negociación suspendido hasta 2005, año en que decidió cancelar la deuda de una vez y finalizar la relación con el organismo.
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Rever la Historia
Si analizamos esa relación a la distancia, resulta claro que el organismo internacional tuvo una responsabilidad muy importante en los acontecimientos que condujeron a la crisis de 2001, no contribuyó a su superación en la medida que había sido su responsabilidad y fue, uno más, de los problemas a resolver.
La posición que el organismo adoptó no fue técnica, sino evidentemente política. Actuó promoviendo cursos de acción cuando no le correspondían de acuerdo a sus postulados estatutarios.
Por otra parte, sus intervenciones no fueron casuales ni aleatorias, sino perfectamente alineadas con los postulados teóricos que promueve en el mundo, ya que busca consolidar determinadas posiciones de poder. Por este mismo tema está siendo en este tiempo abiertamente cuestionado, tanto desde los países en vías de desarrollo, como de los movimientos sociales y políticos del mundo desarrollado.
Dado que la historia con esta institución es todavía tan fresca y reciente ¿entonces por qué Argentina decide volver a acercarse al organismo? En especial, porque se supone que normalizando la relación se podrá volver acudir a los mercados internacionales en busca de mejores tasas de financiamiento.
En particular, han causado impresión las tasas y los plazos conseguidas por Brasil y Uruguay el mes pasado,
donde el gigante sudamericano colocó deuda a 30 años a una tasa cercana al 6%, mientras que Uruguay lo hizo a 16 años al 7%.
Es la respuesta que brindan actualmente funcionarios y consultores privados. Es muy posible que la misma tenga algún fundamento de verdad, aunque quedan algunas dudas.
El primer temor es que se está adoptando un programa ortodoxo de política económica que cumple todas las expectativas del establishment económico. Probablemente los principales grupos económicos estén evaluando oportunidades en esta situación. Una de ellas podría ser que no sólo las empresas saldrían a buscar financiamiento al exterior, sino que en este momento tan particular que atraviesa el mundo, donde no abundan las oportunidades de buenos rendimientos para los fondos, posiblemente éstos fueran a ingresar con más énfasis con el que van a financiar finalmente al capital nacional.
Si se hacen las cosas bien, lo harán para invertir en el sector productivo. Pero ésto no es necesariamente así. Suponiendo que esta situación favorable se diera, hay que tener en cuenta que las empresas nacionales son más rápidas para vender, que las extranjeras por invertir en nuevas compañías. Como este proceso ya lo hemos vivido y lo seguimos viendo, para no reincidir en el error se requeriría de una estrategia y una política claramente direccionada, para que estas inversiones se transformaran en nueva inversión productiva.
En segundo término, debe mantenerse firmemente la posición de no tomar nueva deuda gubernamental. Seamos conscientes de que buena parte de los actores económicos, sobre todo de los que tienen más capacidad de presión e influencia, viven más de esa actividad que de la producción real.
Por ello es necesario sostener la actual política de desendeudamiento. Porque van a comenzar a llegar representantes de grandes grupos económicos a ofrecer deuda a bajas tasas, sobre todo en los momentos en que el mundo desarrollado no crece. Eso ya se ha vivido durante la crisis del petróleo y todavía se están pagando las deudas. Por esta razón, se debe tener una estrategia específica en esta materia, que mantenga el control actual y futuro de la deuda argentina y su capacidad de pago.
Pero lo que más llama la atención, es la capacidad de persuasión que generan los postulados teóricos que promueven la bondad de los capitales externos para promover el desarrollo nacional.
Estas ideas teóricas son analizadas y procesadas en el país con poca capacidad crítica y con una alta dosis de buena fe. Lo que se postula, un poco difusamente, es que las empresas argentinas van a poder salir al mercado internacional a tomar deuda para promover sus inversiones productivas y que los capitales internacionales están esperando la solución de la deuda pendiente para desarrollar nuevas inversiones en nuestro país.
Este escenario puede suceder, pero no es necesario, lógicamente. Hay otros factores necesarios para que los
mismos se cumplan y no todos están bajo control de la Argentina.
Lo más lógico y simple sería, en realidad, utilizar los fondos argentinos que ya se encuentran en los bancos,
dentro del país. En algún momento, ese ahorro nacional debe canalizarse hacia inversiones productivas.
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Actualmente, ese ahorro nacional que se canaliza a los bancos financia, básicamente, consumo, inversión financiera y permite su salida fácil y no controlada del país. De ese modo no resulta tan útil para el interés nacional. Querer suplir ese defecto con financiamiento externo, resulta un poco rebuscado y en contra de la lógica más elemental de la teoría del desarrollo económico.
Especialmente porque si (con suerte) se cumplieran todos los postulados señalados, el país quedaría más endeudado o con una parte de su economía transnacionalizada.
Esto no quiere decir que no se deba regularizar la deuda que ha quedado impaga luego del Default argentino. Al contrario, este tema se debe cumplir y el problema resolver.
Pero sí es necesario asumir que hay otras maneras más genuinas de crecer y de promover el desarrollo. Como sostiene el Dr. Aldo Ferrer, la tasa de ahorro argentina (pública y privada) se encuentra en uno de los picos más altos de su historia, cercana al 30% del PBI. Ello equivale a 100 mil millones de dólares anuales. Si se consiguiera revertir la confianza de los capitales que se estuvieron fugando del país y del circuito económico en los últimos meses (en especial, hasta fin de junio) y se demostrara a los agentes económicos que el lugar más seguro y rentable para su inversión es en el sistema productivo local, se conseguiría, sin ninguna duda, muchos más capitales productivos que los que se dice que ingresarían al país a financiar empresas argentinas o a construir nuevas industrias. Un simple ejercicio de imaginación, indica que si sólo el 30% de ese ahorro se reinvirtiera productivamente en el país, estaríamos hablando de 30.000 millones de dólares anuales de inversión directa nacional que quedaría en manos de agentes económicos locales. ¿Es creíble pensar que va a entrar esa magnitud de capitales del exterior a financiar o desarrollar nuevos
proyectos productivos? ¿Lo es, pensar que se invertirán 10.000 millones? Además de reconocerse que, legítimamente, la deuda que se mantiene con acreedores externos debe pagarse, toda la dirigencia política debería reconocer con la misma convicción que aún se mantiene una inaceptable deuda social con una parte
importante de nuestra población, a la que se debe reincorporar a la normalidad ciudadana creándole más oportunidades de acceso a mejores trabajos, a mejores condiciones de vida, a mayores niveles de salud y a mejores niveles de educación.
Y la única manera probada para conseguirlo, es canalizando el ahorro nacional hacia nuevas inversiones productivas que crearan nuevas empresas y mejores puestos de trabajo, expandieran el tamaño de la economía, la diversificaran, y la integraran productivamente al mundo.
Brasil acaba de ponerle límites a los capitales especulativos internacionales, porque su entrada masiva
estaba revaluando la moneda y quitándole competitividad a sus exportaciones.
Aún no es ese el caso de Argentina, pero debe reconocerse en ello el intento de filtrar los flujos que no se consideran beneficiosos.
Todos los países que se desarrollaron pusieron límites y controles a los capitales internacionales.
Se debe romper el mito de que los mismos son la salvación del país. Pueden ser muy útiles en determinadas
situaciones, pero debe haber una estrategia para recibirlos y direccionarlos hacia los sectores que se consideren estratégicos.
Su libre entrada no garantiza desarrollo. Pero, en especial, debe quedar claro que lo que no haga la Argentina por sí misma, nadie lo hará. Es más, otros lo aprovecharán. Ya lo deberíamos haber aprendido de la Convertibilidad.
Banco del Sur: una importante herramienta de Integración
Los últimos días de septiembre, en Isla Margarita, Venezuela, se reunieron los presidentes de los países del Mercosur y los del Mercosur Ampliado para firmar el Acta Acuerdo constitutiva del Banco del Sur. Cristina
Fernández de Kirchner, Lula da Silva, Fernando Lugo, Tabaré Vázquez, Hugo Chávez y Rafael Correa se reunieron para dejar asentada su creación. La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, estuvo presente, ya que su país se encuentra en calidad de observador y sugirió que “pronto” podría sumarse a la iniciativa.
El Banco tendrá por objeto fortalecer la integración y reducir las asimetrías, propiciará la transformación de estructuras productivas, financiar proyectos sociales y crear un fondo especial de emergencia” como el que
se necesita en la actualidad para enfrentar los problemas de la crisis.
La sede del organismo estará ubicada en Caracas, y tendrá dos subsedes en La Paz y Buenos Aires.
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En sus inicios este organismo contará con un capital inicial de 7 mil millones de dólares, pero el mismo podrá ser ampliado hasta 20.000 millones con el avance del tiempo. Argentina, Brasil y Venezuela harán un aporte inicial de 2 mil millones cada uno, Ecuador y Uruguay integrarán 400 millones y, finalmente, Bolivia y Paraguay, 100 millones, según las posibilidades de aporte de cada uno de los socios.
Esta iniciativa, que se debe reconocer que fue impulsada principalmente por el presidente de Venezuela, permitirá a los países del Mercosur y, progresivamente, al resto de los miembros de la UNASUR contar con
un Banco de Desarrollo Regional, a la medida y las necesidades de la región.
En la ceremonia de lanzamiento, el presidente de Paraguay expresó que “el Banco del Sur es un sueño finalmente concretado que abarcará el financiamiento de los grandes proyectos de desarrollo desde el Sur, lo que evidencia que podemos, uniéndonos todos, pensar en grande para que seamos sujetos de desarrollo y portadores de soluciones a nuestros problemas”.
Por su parte el presidente de Bolivia expresó ante la prensa que “el banco es una esperanza para Sudamérica porque los créditos del Banco Mundial están siempre condicionados. Incluso ahora (cuando más se los necesita, por la crisis internacional) no se está recibiendo financiamiento del FMI”. Por otro lado, sostuvo que “la transferencia de recursos del Sur al Norte es de una magnitud fabulosa, con ese dinero que nos prestan, a tasas superiores de la que nos pagan. Pero ya hemos despertado”.
También el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, sostuvo que “sería el banco de nosotros, para traer nuestras reservas, que las tenemos allá en el Norte y que luego las usan para darnos créditos a nosotros mismos”. No estaría de más agregar “con sus criterios y condicionamientos”.
Lo que plantea el presidente venezolano es que los países tienen la mayor parte de sus reservas internacionales fuera de sus dominios. Por un monto similar a lo que mantienen depositado en el exterior, los organismos financieros internacionales luego les conceden préstamos, pero deben pagar intereses más onerosos que los percibidos por la custodia de sus reservas, lo que termina generando deuda, que se transforma posteriormente en injerencia política en la economía de cada país.
Además, los préstamos otorgados por estos organismos están sujetos
a importantes condicionalidades, que terminan beneficiando a las empresas de los países que son los principales accionistas de estos organismos.
Dado que el sistema de decisión de esos organismos se basa en el esquema “un dólar (de PBI mundial), un voto” los programas están direccionados para el beneficio de los países desarrollados.
En los inicios del proyecto hubo una serie de discusiones acerca del sistema de decisiones que se adoptaría para aprobar los proyectos a financiar. En una primer instancia se había propuesto que la misma estuviera relacionada con la cantidad de recursos que cada país aportara, en función del tamaño de su economía, pero los propios pensadores brasileños salieron a cuestionar este sistema de decisión, que repetía la política criticada por ellos de los organismos financieros internacionales.
Finalmente, el nuevo organismo adoptará sus decisiones por consenso, cada país dispondrá en forma igualitaria de un voto en el directorio y los proyectos de más de 70 millones de dólares necesitarán reunir dos tercios de los votos para aprobarse.
En la región, principalmente en Brasil, es cada vez mayor el apoyo intelectual y empresarial al proceso de integración de Sudamérica. Dado el rol preponderante que juega el socio mayor en este proceso, en los últimos tiempos se están multiplicando las instituciones orientadas hacia la profundización de los vínculos de la región, como la Universidad Federal de Integración Latinoamericana, recientemente inaugurada en Foz do Iguaçú. (En la imagen superior puede observarse el Memorial de América Latina, construido por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer en Sao Paulo)
Los procesos de integración son construcciones políticas lentas y complejas, sobre todo en nuestro continente, donde los problemas sociales, económicos, e institucionales son tan amplios.
Hasta el momento, la integración es liderada principalmente por la economía y el desarrollo de negocios
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comerciales y financieros.
Pero por esta vía, el proceso tiene fuertes límites. Debe adentrarse en la agenda la temática política, social y cultural para consolidar una dinámica propia. Son los gobiernos los que la están impulsando hasta el momento este tren, y no las sociedades, que es lo que se necesita para que el proceso se transforme en un tema de estado en todos los países.
Por otra parte, esta iniciativa cuenta con la competencia de procesos de libre comercio que confunden elproyecto de unidad de América del Sur, como la ya casi fallecida (pero siempre latente) Zona de Libre Comercio de las Américas, y que ahora ha sido reemplazada por una estrategia de acuerdos de libre comercio país a país. Estas estrategias alternativas, más allá de la retórica, no conseguirán reducir las diferencias económicas entre los países.
Este proyecto político es más una necesidad que una opción, en un mundo que se divide cada vez más en espacios geográficos, políticos y económicos. No hay salida para los países en desarrollo si enfrentan el futuro en forma aislada. Negociar y defender espacios individualmente es casi un suicidio.
Para vencer todos los obstáculos se necesita una política de integración, líderes que la lleven adelante y organización para que las sociedades tomen el proceso como propio. Hasta el momento, el horizonte que señala Brasil, el acompañamiento de Argentina, Ecuador, Bolivia y Venezuela, la crisis mundial (que favorece la integración y el aumento del comercio regional; Argentina exporta el 65% de sus manufacturas industriales a América Latina) están marcando el ritmo del avance. Pero esta estrategia tiene límites y debilidades, que la hace dependiente del humor de los presidentes de turno. Para consolidar el proceso se requiere una estrategia política de integración.
En este sentido, la creación del Banco del Sur, tornaría más favorable la creación de una moneda regional, que daría un enorme impulso a la integración. Ligada a esta nueva moneda, brotarían seguramente un banco central regional, y un organismo central que monitoreara y coordinara la política fiscal y monetaria de los países del bloque.
El Banco del Sur representa un importante instrumento para cristalizar la integración económica, financiera y monetaria, y para apalancar la integración física y energética, de manera de interconectar los sistemas productivos de los diferentes países. No hace falta mucha imaginación para entrever un sistema de fronteras, puentes, carreteras, ferrocarriles, aeropuertos, puertos y energía, interconectados.
Dado que este proceso implica enormes inversiones en infraestructura, se requeriría contar con un gran banco de inversión regional que aportara el capital para financiarlo. Ello generaría una gran transformación y
fortalecería a los países. Por supuesto, sin atender las diferencias actuales, podría promover el crecimiento desigual y las asimetrías, pero ese es un tema a tratar y que se puede resolver por diferentes mecanismos.
El futuro próximo ya tiene una oportunidad para aprovechar esta iniciativa.
El mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, en Río de Janeiro, van a demandar grandes inversiones en obras de infraestructura. Los primeros cálculos lo estiman en alrededor de 30.000 millones de dólares. Brasil no podrá proveerlas todas por sí mismo, por lo que deberá subcontratar algunas en el exterior. En este contexto, como líder regional, daría un buen paso si reservara alguna de éstas para sus vecinos. Y en este proceso, el nuevo banco podría ser un buen instrumento para canalizarlas.
Pero no todos los grupos económicos son favorables a esta alternativa. Sobre todo el sector financiero tradicional, ligado al negocio de las altas tasas de interés que les cobran a los particulares y empresas, no verá con mucho entusiasmo este nuevo escenario con el acento en lo productivo, que tiende a hacerle perder lugar en el sistema económico.
Este sector es más bien favorable a un avance intermedio, de creación de un banco de financiamiento de comercio exterior. Este tipo de banco empujaría el negocio de los bancos comerciales, ya que la operatoria de un “BICE” muy probablemente se realizaría a través de bancos privados que canalizarían fondos regionales.
El banco del Sur, diferentemente, apuntaría a la transformación cualitativa de la las estructuras productivas de los países sudamericanos, en pos del Informe Económico de Noviembre de 2009
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desarrollo económico.
Este proceso es demasiado importante como para dejarlo en manos de los organismos de financiamiento tradicionales, que tienen sus propios objetivos de desarrollo regional. En caso de que accedieran a financiar esta transformación (que no es un tema menor) sus habituales condicionamientos y prácticas de selección de empresas adjudicatarias dejaría este proceso en manos de empresas internacionales de los países desarrollados.
Esa práctica terminaría transfiriendo gran parte de los beneficios económicos y del capital circulante en manos de empresas de fuera de la región, y no en Sudamérica, lo que restaría potencialidad para la transformación económica y sumaría deuda por esos préstamos. Justamente, esa lógica política es la que el Banco del Sur debe modificar de raíz.
Es muy importante que los países sean conscientes que deben hacer un gran esfuerzo para destinar parte de su ahorro interno a financiar el capital de ese banco, para que sea en Sudamérica donde se decida las obras que se deben realizar y el modo de selección de las adjudicatarias.
Para que las obras necesarias los lleven adelante empresas regionales, se subcontrate a otras empresas en la región, se utilicen insumos regionales y se empleen recursos humanos de estos países. De esta forma, los montos retribuidos por todos estos factores, seguirían circulando dentro de la región, multiplicando la potencialidad de dichas inversiones y ampliando el derrame al interior de estas economías.
Es toda otra lógica económica la que se plantea. Pero requiere querer asumir el destino con manos propias.
Un Nuevo Orden se vislumbra después de Pittsburgh.
La reciente cumbre del G-20 en Pittsburgh, Estados Unidos, fue testigo de un momento trascendente para el mundo, ya que se comenzó a develar y modelar la futura confección del mundo que viene.
Este cambio, más lento de lo que se quisiera, pero mucho más avanzado de lo que se esperaba hace poco más de un año atrás, como todo cambio histórico, generará tensiones. Se irán consolidando las nuevas fuerzas y tendencias que avanzan inexorablemente: la del viejo orden, que intentará continuar manejando el ritmo y las reglas, y la del lento, pero seguro, avance de los nuevos países emergentes en la economía y la política mundial.
Ese proceso se ha mostrado entre líneas en la reciente cumbre.
Ambos grupos de países se han reunido para coordinar el curso de acción para los próximos años, para promover una transición prudente, que les asegure a unos su espacio y a los otros el ingreso.
El último año ha estado caracterizado por la inestabilidad. En el ámbito de los mercados financieros, en el del mercado del trabajo, en el mercado de alimentos y de energía, en la moneda que se utiliza como reserva de valor y de medio de cambio internacional, en el comercio exterior, en los equilibrios macroeconómicos fundamentales de los países desarrollados, en el medio ambiente y en la situación de la paz y el orden internacional. La proyección de esa situación es la incertidumbre para el futuro. Se necesita un cambio que garantice más seguridad.
Por ello se han reunido los principales líderes, y se ha aceptado ampliar el espacio que conformaban los 8 países más importantes, a un nuevo grupo, más amplio, diverso y representativo de 20. Podría no haberse hecho esta convocatoria, pero los miembros del G8 ya han asumido que no pueden garantizar sólos la solución de los actuales problemas del mundo.
Más bien, los acontecimientos del último año han mostrado que son en parte responsables de los actuales problemas, y de que cada vez es más importante el rol que juegan los principales países emergentes en el plano político y económico.
Esta convocatoria es un gran paso adelante para un nuevo orden multilateral.
Pero a pesar que se ha producido esta apertura, más necesaria que querida, se ha mantenido la vieja
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agenda de temas a tratar. “Quien maneja la agenda, tiene el poder”, dice un conocido refrán.
En este sentido, los temas analizados y resueltos por el mundo desarrollado se han dirigido a garantizar la
continuación de su liderazgo e influencia mundial en los próximos años.
Uno de estos temas tratados ha sido el de la reforma de los organismos internacionales, mundialmente cuestionada.
Como dijo el presidente de Brasil, en referencia de lo que ese país había logrado por sí mismo en su economía, “no tengo ilusión de que podremos resolver nuestros problemas solos, apenas en el espacio nacional.
La economía mundial es interdependiente. Estamos todos obligados a actuar más allá de nuestras propias fronteras. Por eso, es imprescindible refundar el orden económico mundial“.
Para ello nada sería mejor que contar con organismos internacionales fuertes y legítimos. Sin embargo, los países centrales han logrado resistir las presiones por una reforma de fondo del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio. Según el periódico francés L´Humanité del 25 de septiembre, “una reforma profunda del FMI es necesaria.
Ella permitiría su democratización y la transformación de su rol. Los criterios de atribución de sus ayudas a los países emergentes y a los del tercer mundo, de la misma manera que los del Banco Mundial (con la política de ajuste estructural que persiste) deben ser revisados de manera de favorecer el empleo, la formación y el desarrollo de los servicios públicos”. Sin embargo, y dado que se decidieron cambios más formales que reales en estos organismos, los países deben comenzar a asumir que el verdadero desarrollo va a pasar por las acciones nacionales y regionales que cada uno, aislada o agrupadamente, asuma llevar adelante.
Otro de los temas tratados fue el de la reforma del sistema financiero mundial. A pesar de que en todas partes se condena su accionar, el poder que éste sector detenta le ha permitido evitar la andanada de propuestas por reestructurar su operatoria, cada vez más cuestionada moralmente.
En Pittsburgh se han puesto algunos reparos al libre accionar de los paraísos fiscales, aunque leves, ya que sólo el 5% de los mismos han firmado dichos convenios de cooperación. También se han acordado algunas regulaciones a los honorarios y premios de los banqueros y se ha comenzado a hablar (aún no se ha avanzado más allá) de una tasa a las transacciones financieras.
Más allá de esta medidas puntuales, lo que se necesita es volver a tener un sistema financiero al servicio de la inversión productiva, que promueva el crecimiento de la economía, y no la especulación. En este sentido, se debería también acompañar dichos cambios con una arquitectura de regulación internacional que apuntara en esa dirección.
Hoy estamos lejos de dichos objetivos.
Respecto de la crisis económica actual, una vez pasado el temor de que todo el sistema financiero se derrumbara, y que se hubieran concretado, muy rápidamente, los gigantescos programas de ayuda estatal a los bancos, el poder económico ha comenzado a hacer lobby para levantar los programas sociales para promover la reducción de los grandes déficit fiscales.
En este sentido, con un gran aumento del desempleo en Europa y Estados Unidos que lo ha ubicado en los niveles más elevados de los últimos 25 años, se necesita mantener los programas de estímulo fiscal un tiempo
más, hasta que se evidencie la mejora de la situación económica en el mercado de trabajo y en el poder de compra de los ciudadanos.
Pero también se acordaron cuestiones en Pittsburgh ligadas al mundo que se viene.
El encuentro ha revalorizado a los países emergentes, en particular a los del grupo BRIC (Brasil, Rusia, India
y China). Sobre todo a este último, milenario gigante de Asia, que ha comenzado a hacer pesar su influencia en la mesa de negociaciones. Dentro de dos años, este foro se convertirá oficialmente en el principal espacio de discusión y decisión de los asuntos globales.
Esto implica el reconocimiento de un cambio del centro del escenario un poco más hacia el Este.
El mismo no será menor, ni fácil de asumir por parte de Occidente, luego de vario siglos de dominación universal. El aumento de votos de estos nuevos países en el FMI y el Banco Mundial ha sido muy pequeño (5%), pero ha comenzado a ser. Y siempre es más fácil el segundo paso que el primero. Alemania, Francia y Gran Bretaña, han cedido poder de voto, mientras Estado Unidos lo ha conservado.
El Director General del FMI,
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Dominique Strauss-Khan ha coloreado la situación diciendo que “la emergencia del G20 como foro central para la cooperación económica internacional, asentará las bases para una sociedad basada en la política económica mundial”. También el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, sostuvo que “el G20 tiene un papel excepcional en el nuevo orden mundial y se tornó en el principal foro para las discusiones económicas globales”.
Para el caso de Latinoamérica (y sobre todo de la Argentina), esta reunión también significó una importante oportunidad. Si bien la principal voz y peso de la región es la de nuestro vecino, pasar a tener 3 jugadores de Latinoamérica dentro de la mesa, es una gran oportunidad y responsabilidad, sobre todo si actúan coordinadamente.
Es un gran espacio en el que se tiene la posibilidad de plantear ideas y participar de futuras decisiones. Si hubiera un plan común, sería aún más importante.
INTERCAMBIO COMERCIAL ARGENTINO: CUATRO MESES DE 2009
El resultado de la balanza comercial argentina en los primeros nueve meses del año fue de 13.257 millones de dólares, un 31% superior al registrado en el mismo período de 2008.
Este resultado, fue producto de haberse producido una fuerte retracción de las importaciones, del orden del 38%, superior a la experimentada por las exportaciones, del orden del 25%. Esta retracción desigual implicó que las ventas externas se retrajeran de 54.800 a 41.100 millones de dólares, y las compras, de 44.700 a 27.900 millones de dólares.
Analizando los valores de las exportaciones por grandes rubros, se advierte que los productos primarios cayeron un 47%, las Manufacturas de Origen Agropecuario un 12%, las Manufacturas industriales 18% y las
exportaciones de combustibles 31%.
Al analizar la composición de las exportaciones se advierte que un 19% fueron productos primarios, un 39%
manufacturas de origen agropecuario, 30% manufacturas de origen industrial y 12% combustibles.
En el caso de las importaciones, analizadas por Uso Económico, se advierte que los bienes de capital cayeron un 35% en los primeros nueve meses, los bienes intermedios un 43%, las piezas para bienes de Capital un 36%, los bienes de consumo un 22%, los vehículos automotores un 45% y los combustibles un 43%.
Al analizar el destino de las exportaciones, se advierte que en los primeros nueve meses del año, el 23% de
las mismas se ha dirigido al MERCOSUR, 18% a la UE, 9% al Nafta, 8% a China, 8% a Chile, 7% al Resto de ALADI, 3% al Magreb y Egipto y 5% a Medio Oriente, entre los principales destinos de exportación.
En el caso del destino de los valores exportados por rubro, surge que en el caso de los productos primarios, sin valor agregado, 21% se exportan a la UE, 19% a China, 14% al Mercosur, 9% a Medio Oriente, 7% al Resto de Aladi y 6% a Magreb y Egipto. En el caso de las manufacturas agropecuarias, en los primeros nueve meses del año, 29% se exportó a la UE, 11% a China, 6% al Resto de Aladi, 7% al Mercosur, 6% a
Magreb y Egipto, 6% al Nafta, 11% a Asean y 5% a Chile. Respecto de los combustibles, 28% se exportó al Mercosur, 21% al Nafta, 30% a Chile y 5% a China.
En el caso de las manufacturas de origen industrial, en el primer cuatrimestre, 47% se envió al Mercosur,
12% al Nafta, 8% a Chile, 10% al Resto de Aladi, y 10% a la UE. Vale aclarar que los envíos a toda el área de Aladi implica el 65% de todas las exportaciones industriales.
Exportaciones por destino de cada Rubro:
Al analizar lo que se exporta a cada mercado, encontramos que en el caso del MERCOSUR, 65% son MOI, 13% son combustibles, 10% son productos primarios y 12% son MOA. En el caso del Nafta, 41% son MOI, 25% son combustibles, 26% son MOA y 8% son productos primarios. A la Unión Europea se exporta 18% de MOI, 20% de bienes primarios y 62% de manufacturas agropecuarias. En el caso del Resto del Mundo, 26% son MOI, 44% son MOA, 13% son productos primarios y 17% son combustibles.
Analizando las exportaciones industriales, las que se dirigen al ASEAN son el 6% del total exportado a esa
zona, a China 4%, a Corea 3%, a Japón 21%, a India 6%, a Medio Oriente 19% y a Magreb y Egipto 10%.
Análisis de las Importaciones:
Si se evalúan las importaciones por origen de procedencia, en los primeros nueve meses del año, se advierte que el 33% del total proviene del MERCOSUR, 17% de la UE, 17% del Nafta, 12% de China y 9% del
Resto del mundo.
El trabajo precedente ha sido realizado por Santiago Solda, economista de AIERA
La Asociación de Importadores y Exportadores de la República Argentina (AIERA) es una entidad civil sin
fines de lucro creada en el año 1966, que agrupa a pequeñas y medianas empresas nacionales, cámaras regionales y sectoriales y centros de industria y comercio. Su misión es brindar sustento y apoyo en el ámbito del comercio exterior, desarrollando una actividad dinámica en favor de las economías regionales y
PyME de todo el país.
Como entidad gremial empresaria, AIERA despliega su acción institucional ante diversos organismos -
Aduana, Cancillería, Ministerio de Economía, Banco Central-, con el objeto de mejorar las condiciones en que se desenvuelven las exportaciones y conseguir mejor acceso a los mercados.
También integra el Consejo de Administración de la Fundación ExportAr; de la cual es miembro fundador, y forma parte del Consejo Consultivo Aduanero.
Desde el año 1966 AIERA representa los intereses de las PyME participando activamente en el ámbito del
comercio exterior argentino. AIERA impulsa su proyecto empresario, convirtiéndose en su canal de participación a nivel institucional.
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