VARGAS LLOSA, A SOLAS CON LA NACION
El premio Nobel aludió a los intelectuales K y habló de política
Martes 19 de abril de 2011 | Publicado en edición impresa
Vargas Llosa durante la entrevista. / Rodrigo NéspoloVer más fotos
Por Ricardo Carpena
y Jorge Fernández Díaz
Su voz clara y cartesiana y sus ojos relampagueantes no vacilaron nunca. Salvo cuando le pedimos una opinión concreta sobre las políticas de Cristina Kirchner. Fue entonces cuando su tono bajó y sus ojos se achicaron.
Era la única pregunta que no quería responder. Y no porque no tuviera formada una idea cabal sobre el kirchnerismo, sino por un asunto de pura cortesía: la Presidenta intervino en su momento para que los intelectuales K no lo censuraran en la Feria del Libro y no era de buen caballero desembarcar con críticas tan tempranas.
Igualmente, media hora después de que nos despidiéramos en el inexpugnable y elegante piso 23 del Hotel Sheraton, Mario Vargas Llosa respondería esa pregunta con un gesto: compartiendo un cóctel con algunos de los principales dirigentes de la oposición. Y recomendándole a Patricia Bullrich que trataran de marchar unidos: "No hagan lo mismo que en Perú".
No se privó tampoco de aludir a quienes cuestionaron que pudiera hablar de política en la Feria. Fue cuando dijo: "Me parece triste que intelectuales, colegas que han padecido la censura, la practiquen".
Tampoco eludió hablar del liberalismo: "Una de las grandes victorias de la izquierda más dogmática consiste en que la palabra liberal, que es hermosa porque está asociada a libertad, se haya convertido en una mala palabra". Visto de cerca, el flamante Nobel de Literatura es simplemente un brillante y gentil hombre de 75 años resignado a ser Vargas Llosa.
No elige los temas literarios, son ellos quienes misteriosamente lo eligen a él. No elige defender apasionadamente las ideas del liberalismo puro; son su tozuda honestidad intelectual y su compromiso político los que lo alejan del claustro del novelista y lo empujan al peligroso mundo de las ideas.
Sorprende muchísimo su vocación periodística. Habla con ardor de cómo piensa y redacta sus célebres artículos de los sábados. Es el mismo ardor que pone en sus libros. Y su última novela, El sueño del celta, es más que nada un reportaje.
Al igual que su amigo Tomás Eloy Martínez, concibe el periodismo como un arte mayor, y le encanta usar ese híbrido de investigación rigurosa y ficción conjetural para hacer literatura y llegar a la "verdad verdadera", es decir: a la verdad ambigua.
Su novela trata, subterráneamente, acerca de la construcción de un nacionalista. Vargas Llosa detesta el nacionalismo, y sin embargo escribe una novela donde exalta a un anticolonialista que luego se transforma y se malogra con las patologías del nacionalismo irlandés. Un héroe imperfecto y trágico.
Video: «La palabra liberal se ha convertido en una mala palabra en América latina»
-En El sueño del celta se mezclan como nunca antes sus dos oficios de escritor y de periodista. Es una novela política, biográfica, donde lo documental y lo periodístico tienen mucha importancia.
-Efectivamente.
-¿Eso fue buscado?
-No fue buscado, resultó. Fui al Congo, por ejemplo, porque es una realidad completamente desconocida para mí y quería familiarizarme con el mundo donde se movió Roger Casement, el protagonista. Y me encontré con una problemática actual tan terrible que deriva en cierta forma de los problemas que documentó Casement en sus informes de los siglos XIX y XX. Debido a eso, en ciertos capítulos la novela adquirió la forma de reportaje, y eso no lo había premeditado.
-¿El reportaje y la crónica como género cada vez se vuelven más importantes en la literatura?
-Sin ninguna duda? El reportaje bien hecho es una forma de ficción sólo que está más cerca de la realidad que las ficciones absolutas. Un reportaje bien hecho es una construcción que se parece muchísimo a una novela, a un cuento, a un relato. Y los grandes reportajes de alguna manera se los puede incorporar a la ficción, aunque sólo cuenten cosas verdaderas.
- ¿Cómo llegó usted a este caso?
-Estaba leyendo una biografía nueva de Joseph Conrad, escritor al que tanto admiro, cuando descubrí que la primera persona que había conocido cuando viajó al Congo como capitán de barco fue Casement, que ya llevaba ocho años allá, y se estableció una amistad entre ellos. Casement le abrió los ojos a Conrad sobre lo que ocurría allá en el Congo. Después vi las cartas de Conrad en las que él mismo reconocía que sin Casement jamás hubiera llegado a escribir El corazón de las tinieblas. Así, quedé muy intrigado con el personaje, pero sin intenciones literarias. Sólo tenía la curiosidad por documentarme sobre él. Descubrí que había estado en la masonería peruana mucho tiempo, que había hecho unos informes terribles sobre las condiciones de los indígenas en las caucherías del Putumayo y de pronto me di cuenta de que había tomado notas para una novela.
-Se nota que usted disfruta muchísimo de la investigación.
-Gozo mucho. Es una aventura tan grande como la de escribir. Viajar, leer cosas sobre él, escuchar testimonios, si se puede incluso entrevistar a personas, pero todo ese trabajo, a veces muy minucioso, no es en busca de una verdad, no es el tipo de investigación de un historiador. Es para llegar a sentir el ambiente que quiero inventar. Es vivir la ficción que quiero escribir.
-Usted ha hecho novelas documentales y otras muy intimistas. Si tomáramos cada uno de sus libros como piezas de un rompecabezas, ¿qué imagen formaría?
-Nunca he planeado a largo plazo mi vida de escritor como otros colegas que desde el principio sabían qué iban a hacer el resto de sus vidas. A mí los temas me han ido saliendo al encuentro y he escrito sobre temas muy distintos y usando técnicas diferentes. Justamente lo que me gusta mucho de la literatura es ese elemento casual, espontáneo, que acompaña mucho el trabajo estrictamente literario. Ese trabajo lo hago de una manera muy sistemática, disciplinada, pero la manera cómo se va armando depende mucho de lo casual.
-Tanto La fiesta del Chivo como El sueño del celta dialogan con dos novelas argentinas, Santa Evita y La novela de Perón, por su manera de fundir la investigación con la imaginación?
-Tengo magníficos recuerdos de Santa Evita. La leí en un verano candente, argentino. A Tomás Eloy Martínez lo conocí cuando era periodista y trabajaba en Primera Plana. Fuimos muy amigos, nos vimos en Venezuela cuando estaba exiliado, y en Londres y en los Estados Unidos. Santa Evita es su gran libro. La novela de Perón es excelente, pero en Santa Evita encontró una manera de convertir en una magnífica ficción un reportaje periodístico que también era magnífico.
-Usted tuvo a su vez una gran amistad con otro escritor argentino: Julio Cortázar.
-Sí, fue un gran amigo. Cuando yo llegué a París lo conocí casi enseguida, y durante los años 60 nos vimos muchas veces, aunque en esa época, a diferencia de los últimos años, Cortázar era muy reservado, defendía su intimidad. El y Aurora no se exponían ante el público, pero yo gozaba enormemente con ellos: escucharlos hablar era deslumbrante por el despliegue de inteligencia, humor, cultura. Luego Julio cambió completamente. Cuando tenía 55 a 60 años, de la noche a la mañana, coincidiendo con la separación de Aurora, su transformación fue total, se convirtió en un personaje público que hablaba de política. Antes nunca lo hacía porque tenía un gran desprecio por la política. Después se convirtió en una especie de joven militante, revolucionario, pero nuestra relación nunca se vio afectada, aunque llegamos a tener ideas muy diferentes sobre Cuba, por ejemplo.
-¿Con él hablaba de política?
-Sí, pero Julio era como un joven que hablaba de política con una gran ilusión y generosidad, y también con una gran inocencia. El nunca conoció ese entramado sucio, enrevesado, que tiene la política, donde se muestra lo peor que tiene el ser humano. No era un ideólogo. Recuerdo haberlo escuchado decir: "Trato de leer cosas de política, pero es imposible, a la media página me distraigo". Eso lo salvaba, nunca llegó a ser un intransigente ni fanático, siempre fue muy sano. Y en esa última etapa creo que él fue más feliz, pero menos original como escritor. Cuando él encontró esa felicidad, volviéndose de izquierda, un poco hippie, su literatura se empobreció mucho, perdió misterio.
-¿Con qué colegas la ideología sí se terminó convirtiendo en un factor de separación?
-Con algunos fue de ruptura. Me distancié de mucha gente por Cuba, fue como una especie de guerra civil (se ríe). Yo había sido muy amigo de Mario Benedetti, él era como un cuáquero: nos distanciamos y lo lamenté. Al final nos reencontramos con mucha cordialidad. Pero fue espantoso, las ideologías creaban fronteras, unas enemistades irreconciliables.
-¿Ahora no sucede lo mismo?
-Es que las ideologías hoy se han ido a la mierda, ¿no?
-Pero el populismo no? Y se ve hoy como una ideología.
-Más bien es una práctica muy antigua. Una práctica en la que los políticos han buscado el éxito inmediato. Y el populismo es eso: sacrificar el futuro en nombre de un presente que te da popularidad. Hoy tienes formas más elaboradas, pero el populismo lo han aprovechado las izquierdas, la derecha, las dictaduras... Es una enfermedad de la política, pero no se la puede llamar ideología. Ideología es una especie de religión laica que da una respuesta completa para todo y que, como las religiones, establece cánones, es una forma de fanatismo laico.
-¿Qué siente ante la evidencia de que en la Argentina hay gente que no quiere que hable de política?
-Apenado. Me parece triste que intelectuales, colegas que han padecido la censura, la practiquen. Me entristece, me desconcierta... En América latina hemos padecido demasiado las exclusiones y los endurecimientos forzados para creer que eso puede resolver problemas o que puede ser una conquista política.
-¿Le ha ocurrido en otros países de América latina?
-No. Hubo gobiernos que no me han dejado entrar, pero que colegas hayan pedido que yo no hable más que de literatura no me ha ocurrido. El tema ha sido puramente político.
-¿Le parece que los militantes K van a obedecer la orden de la presidenta Kirchner y van a dejarlo hablar en la Feria del Libro?
-Ya lo veremos. El jueves (por pasado mañana) saldremos de la duda.
-¿Pesa este mote de "ideólogo de la derecha" que le han puesto?
-A mí no me importa nada (risas). Eso se dice como una especie de exorcismo. Y ya les perdí el miedo a los exorcismos. Cuando era joven tenía miedo, no me gustaba que me dijeran que era de derecha.
-O sea que ahora no le importa que lo califiquen de derecha.
-No. Pero como para algunas cosas no soy de izquierda, soy de derecha. Las cosas en las que creo las explico, las escribo, me pronuncio frente a los acontecimientos concretos. Si eso tiene una etiqueta, que la pongan.
-Incluso da la sensación de que esas críticas lo motivan más.
-Ante los lugares comunes hay que reaccionar si se quiere que la ideología no sea una inquisición permanente. Desgraciadamente, la inquisición nos ha hecho mucho daño en la historia, sobre todo en América latina. Y las inquisiciones políticas y religiosas hay que combatirlas. Hay que tratar de crear un mundo donde sea posible el diálogo entre adversarios, entre gente que piensa distinto.
-La palabra liberal quedó ligada en la Argentina a la década del 90, y luego a los graves problemas con los bancos y las empresas.
-Es una de las grandes victorias de la izquierda más dogmática: que la palabra liberal, una palabra hermosa, asociada a libertad, se haya convertido en una mala palabra. Liberal es un amante de la libertad. Quiere decir tolerancia, la posibilidad de aceptar estar en el error. Quiere decir democracia, defensa de los derechos humanos. Defensa del individuo frente al Estado... El liberalismo es la mejor tradición de la Humanidad y es terrible que se haya deformado hasta tener una connotación puramente económica y que, además, en muchos casos está totalmente errada.
-¿Por qué?
-Porque no es verdad que el liberalismo sea simplemente una doctrina de orden económico que está dispuesta a sacrificar, por ejemplo, la libertad política en nombre de la libertad económica. Ningún liberal defiende semejante cosa. La libertad es un todo que tiene que organizar todos los niveles de lo social, desde la cultura. Y el liberalismo es una fuente de grandes progresos en el campo político y en los derechos humanos. El liberalismo no es una ideología, es una doctrina que tiene unos principios dentro de los cuales caben matices enormes: basta ir a un congreso para ver que están más divididos que los trotskistas. Entonces decir liberal no define a una persona. Sí es un triunfo de la izquierda haber logrado satanizar esa palabra.
-Más allá de la izquierda, el hecho de que muchas dictaduras en América latina hayan adoptado políticas liberales ha afectado gravemente al liberalismo.
-Bueno, pero cualquier liberal sabe que la libertad no es divisible: la libertad económica sin la libertad política no existe. Y si han fracasado es porque no había libertad. Hay liberales que padecen de esa perversión de creer que la libertad económica es lo único que importa. Ningún pensador liberal ha dicho eso. Son los marxistas los que creen eso, que la economía lo resuelve todo.
-¿Qué sería hoy ser de derecha o de izquierda?
-Hoy es cada vez mas difuso dar un contenido a esos conceptos, sobre todo porque tenemos en América latina, afortunadamente, una izquierda que, aunque se llama socialista, es más bien socialdemócrata: cree en la democracia, en el mercado, en la empresa privada. Ocurrió con la Concertación en Chile, ocurrió en Brasil, en Uruguay. Justamente porque esa izquierda existe no se debilita sino más bien se fortalece la democracia. Así como a su vez existe una derecha democrática, que en América latina también era una rareza en el pasado. Hoy tenemos países como Colombia y Perú con gobiernos de derecha y donde la democracia no se ha debilitado, sino todo lo contrario.
-Hablemos de Perú. Habrá ballottage entre dos candidatos, Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Ambos, lejos del liberalismo.
-Perú nunca ha vivido un período tan bueno como el actual desde el punto de vista del crecimiento económico y del ejercicio de la democracia. Desde que cayó la dictadura de Fujimori hemos crecido no menos de 6, 7% anual, nunca hemos tenido un nivel de inversión parecido, jamás ha habido una política fiscal tan eficiente. Es sorprendente que en un contexto así haya tres candidatos que representan la continuación de este modelo y que se dedicaran a destrozarse entre ellos y a permitir que los dos candidatos que ponen en peligro este sistema pasen a la segunda vuelta. ¿Qué hubo? ¿Ceguera, egoísmo, torpeza? Esos tres candidatos que, unidos, hubieran ganado probablemente en primera vuelta han dejado el país en una disyuntiva muy inquietante.
-¿Cómo pasó usted de decir que Humala ponía en riesgo el sistema en Perú a querer votar por él?
-En estas situaciones hay que elegir. Ya no soy sartreano en muchas cosas, pero, como Sartre, siempre se debe elegir y siempre hay un mal mayor y un mal menor. El mal mayor es la legitimación a posteriori de una de las dictaduras más corruptas y sanguinarias que hemos tenido. Eso fue Fujimori. Todo el equipo de la hija de Fujimori es el equipo de cómplices de su padre. Votar por ellos es para que se abran las cárceles y los asesinos y ladrones pasen otra vez a gobernar. No lo voy a hacer. Una dictadura es el mal absoluto y debe ser combatida con uñas y dientes.
-¿En qué medida le pesa ser Mario Vargas Llosa? ¿De qué manera su fama le complica la vida?
-Me complica mucho. Tengo ya 75 años y me gustaría tener una vida un poco más tranquila. Ser muy conocido tiene muchos inconvenientes: uno pierde privacidad, libertad y muchas veces debe vivir en una tensión nada propicia para el trabajo literario. Al mismo tiempo, ahí está. No lo elegí y tampoco voy a meterme en un convento: debe de ser aburridísimo.
-Y el Premio Nobel profundizó el problema?
-Catapulta el problema a un exhibicionismo permanente que, al final, resulta muy fatigante. Hay un acoso permanente y hay que estar defendiéndose. Por ejemplo, antes, en mi país recorría la ciudad, tomaba el ómnibus, viajaba a los barrios nuevos o caminaba durante horas. Eso ya es imposible. No puedo salir prácticamente a la calle. Y esto es una gran limitación en la vida. Amo mucho la libertad, y si salir significa convertirse automáticamente en un espectáculo, opto por no salir.
-Y desde el punto de vista literario, ¿es un condicionamiento?
-No, no lo creo. Esto dura un año. En octubre llegará el otro Nobel y será una liberación extraordinaria.
-Usted ha sido muy elegante y dijo que el próximo Nobel se lo daría a Borges si estuviese vivo.
-Sí, lo resucitaría y se lo daría.
-Pero como no lo puede resucitar y necesita desesperadamente otro Nobel, ¿a quién elegiría?
-Se lo daría a Claudio Magris, un gran ensayista y novelista, un gran escritor de libros de viajes.
-Las secuelas del Nobel?
-No voy a dejar que me conviertan en una estatua, no va con mi carácter. Quiero seguir vivo hasta el final.
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