Armamentismo e integración
Es alarmante el creciente incremento en las compras de armas realizadas por varios gobiernos de América latina
Noticias Lunes 21 de setiembre de 2009
Es alarmante el creciente incremento en las compras de armas realizadas por varios gobiernos de América latina
Noticias Lunes 21 de setiembre de 2009
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Desde 2003, los países de América latina incrementaron sus gastos militares un 91 por ciento. Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, el dinero destinado por los países de la región a la Defensa pasó de 24.700 millones de dólares a 47.200 millones de dólares.
Desde 2003, la participación regional en la inversión global en Defensa subió del 2,87 por ciento al 3,23. Los presupuestos militares crecieron en nuestra área más de prisa que en el resto del mundo.
El año pasado, Brasil dedicó a su aparato defensivo 23.000 millones de dólares.
El gobierno de Lula da Silva acaba de cerrar un acuerdo de inversiones militares con Francia de 12.300 millones de dólares hasta 2021, que incluye un programa de transferencia de tecnología y la construcción de infraestructura militar. Las compras de equipamiento consumirán tres cuartas partes de ese programa.
Entre 2005 y 2008, Caracas gastó 7000 millones de dólares en armamentos, de los cuales 4400 millones se aplicaron a compras realizadas en Rusia. Moscú provee al régimen de Hugo Chávez desde fusiles hasta aviones de combate, y se sospecha que parte de ese material puede haber ido a manos de las FARC, la guerrilla colombiana.
Colombia, un vecino con el que Venezuela está en permanente tensión, compró el año pasado armamentos por 5500 millones de dólares, un 13,5 por ciento más que el año pasado. Hace pocas semanas, los gobiernos sudamericanos analizaron que los Estados Unidos operarán cinco bases militares en territorio colombiano.
Chile está transfiriendo tanques, fragatas y cazabombarderos a Quito. Y Bolivia acaba de firmar con Rusia un convenio para comprar armamentos por 100 millones de dólares.
En estos datos, se expresa un movimiento de rearme que comienza a ser seguido cada día con mayor preocupación por quienes observan la vida regional.
El armamentismo está vinculado con otro fenómeno muy relevante: los procesos de integración en los que se involucró América latina desde la década del 80 están cancelados o, en el mejor de los casos, paralizados.
El área de libre comercio (ALCA), de escala continental, que impulsaron los Estados Unidos desde la presidencia de Bill Clinton, en 1994, sucumbió en la cumbre de la Organización Mundial de Comercio de Cancún, en 2003.
La Comunidad Andina de Naciones se fracturó cuando Venezuela decidió abandonarla, en queja por el tratado de libre comercio que Perú y Colombia negociaban con Washington.
El Mercosur, acaso el experimento más ambicioso de superación de la escala nacional para la economía y el comercio, se ha convertido en una estatua de sal: el flujo comercial entre la Argentina y Brasil está obstruido por todo tipo de barreras paraarancelarias; Paraguay levanta con vehemencia creciente reclamos por el costo de la energía hidroeléctrica que consumen sus vecinos, y entre la Argentina y Uruguay ya no puede garantizarse el tránsito de personas, con sus puentes internacionales bloqueados y sus gobiernos litigando en La Haya por el emplazamiento de una fábrica de pasta de celulosa.
El letargo de aquel espíritu de cooperación y apertura que había dominado los años 90 es la consecuencia del giro populista que se ha verificado en la política interna de varios países de América latina. El populismo entiende la escena externa como un espacio para la expansión de la nación. Por lo tanto, cultiva un tipo de inserción internacional que conspira contra la integración, que a su vez se sustituye por el intervencionismo.
El chavismo, como exportador del "socialismo del siglo XXI", es el ejemplo más acabado de esta propensión.
El populismo suele adornarse con una fantasía de vuelta al origen. Esta visión, de la que el indigenismo es el ejemplo más acabado, suele imponer en la agenda presente conflictos que se debieron a factores operantes en el pasado.
La cultura populista, asociada siempre al estatismo y al personalismo, convive mal con la integración internacional moderna.
La construcción de áreas económicas o instituciones de alcance regional supone, por definición, una restricción del poder local.
Es difícil imaginar que ese proceso pueda ser llevado adelante cuando en varios países de la región predomina el caudillismo, el proteccionismo y la exaltación nacional.
En esos casos, la diplomacia termina agitando el fantasma de un peligro externo para reforzar la cohesión de la base electoral doméstica.
La degradación de la democracia tiene, entonces, consecuencias notorias sobre las relaciones internacionales en América latina.
Una integración más comprometida, que aspire a coordinar políticas económicas o comerciales, comienza a ser vista por los países con mayor vocación global como una restricción que puede determinar un retraso.
El caso más notorio es el de Brasil, que, de un modo casi tácito, ha comenzado a actuar -y a ser percibido- como una potencia con protagonismo mundial.
El aumento de los presupuestos militares es difícil de justificar en sociedades en las que la pobreza y la exclusión son escandalosas.
América latina todavía no superó los desafíos de una organización política estable. Sus sociedades conviven con la inseguridad y con la indigencia.
Pero desde hace unos 20 años esta parte del mundo pudo ofrecerse como un área de paz. Sería un larguísimo salto atrás si, entre nuestras muchas pérdidas, estuviera también la de ese tesoro.
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